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EL INTEGRISMO: UNA APORTACIÓN DE ESPAÑA A EUROPA

En 1888 nace el Partido Integrista en España, acuñándose el término y difundiéndose por Europa y el mundo; pero el integrismo tenía ya una larga trayectoria, con acciones de fuerza para imponer su totalitarismo político-religioso.

Efectivamente, la época de las monarquías absolutistas no quería desaparecer del todo, intentando imponer los nuevos totalitarismos ante los emergentes cambios sociales y políticos que conllevaron la revolución industrial y otras.

En España se pasa de las monarquías absolutas a otras parlamentarias, con periodos constitucionalistas, y algunos periodos incluso republicanos. Ante todos estos cambios, no podía permanecer impasible el sector dictatorial encarnado primero por el Partido Apostólico, cuyo dirigente no iba a permitir una monarquía parlamentaria, levantándose en armas con la intención de tomar el poder por la fuerza e imponer una monarquía absoluta con el Partido Carlista. Desangran el país en las llamadas guerras carlistas, siendo vencidos, por esta vez, los partidarios del despotismo político-religioso. Aún así fueron apoyados en todo momento por la Compañía de Jesús, llegando incluso estos jesuitas, en su intransigencia, a perseguir a los dominicos.

Del mismo seno carlista, también llamado Partido Tradicionalista, nace su escisión más radical aún e irreductible: el Partido Integrista, el cual según las épocas pasó a llamarse Partido Católico Nacional, o después Partido Católico Monárquico, para finalmente fundirse de nuevo con los carlistas en la Comunión Tradicionalista, hasta que el general Franco proclama el Decreto de Unificación de 19 de abril de 1937 por el que se disuelven todas las agrupaciones políticas, debiendo todos afiliarse al partido único: Falange Española Tradicionalista y de las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista).

Esta vez sí ganan la guerra civil, y los falangistas imponen su régimen de partido único regido por el generalísimo Franco, quien impone su propia fórmula integrista: el nacional-catolicismo. Con esta fórmula es el propio régimen franquista quien nombra a los obispos hasta las conclusiones del Concilio Vaticano II, donde se condenaba además a las dictaduras, y aunque no fueron nunca aceptadas por el régimen, supusieron una mínima apertura en la “libertad religiosa” desde el Artículo 6º del Fuero de los Españoles de 1945: “… No se permitirán otras ceremonias ni manifestaciones externas que las de la religión católica.”

A partir de 1975 comienza en España la transición de nuevo hacia la actual monarquía parlamentaria. En esos primeros años sigue habiendo muchos partidarios del franquismo, algunos violentos y organizados en “grupos incontrolados” como los Guerrilleros de Cristo Rey, o la Alianza Apostólica (Triple A). El último coletazo violento lo protagonizó el sector militar en el asalto al Congreso el 23-F de 1981 en su intento de golpe de estado neofranquista. Tras su fracaso, sus estrategias pasan a ser únicamente políticas y sociales; las derechas reaccionarias se asientan más calmadamente entorno a las sedes de sus partidos minoritarios, unos, mientras que otros buscan cotas de poder dentro de la coalición de derechas más votada, para dentro de sus posibilidades, y desde sus cargos, imponer sus políticas catolicistas de la forma más dictatorial posible en democracia, desgranando una intolerancia a veces virulenta.

España ha sufrido así, desde los Reyes Católicos, regímenes integristas catolicistas, educando a las nuevas generaciones de ciudadanos en la intolerancia. Cuando han sido minoría, han luchado hasta en alzamientos provocando guerras civiles; y una vez ya en el juego democrático, con constantes ataques verbales, críticas destructivas, difamación del otro, etc.

En los 40 años de carlismo e integrismo previos al franquismo, al igual que ahora tras 30 años sin Franco, solo se educaban en la intolerancia a generaciones de un sector de la población; pero en los 40 años del régimen franquista se han criado generaciones enteras de españoles  que solo han conocido una única forma de entender la vida y que ésta se imponía. Esto presupone en la actualidad una generación de abuelos muy intolerante, aunque voten a la izquierda, y un sector importante de padres que también lo son; mientras que recordamos a los bisabuelos mucho más tolerantes que sus hijos, ya que conocieron más realidades sociales, desde una república a trabajar y convivir con musulmanes.

Son los hijos de ahora la esperanza de un futuro en tolerancia, sin integrismos, los que cuando crezcan y ocupen puestos de responsabilidad, permitan que haya capellanes y profesores de religión islámica o protestante, en un paisaje urbano donde se pueda ver una mezquita al lado de una iglesia católica, y todos los fieles ir al culto con normalidad ciudadana. Pero quizás sean los intolerantes quienes se introduzcan en el tejido estratégico social y político para que pueda haber una permanente discriminación religiosa, racial y nacional, desde derechas e izquierdas, catolicistas y laicistas, y a todos los niveles en España y Europa.

En nuestro país actualmente solo creen los dogmas católicos cerca de 1/3 de la población, y casi la mitad de los ciudadanos solo recurren a los ritos católicos para los actos sociales: bautismo, comunión, matrimonio y funeral; aunque ambos (un 80% de los españoles) se declaren católicos. La evolución futura nos la da el barómetro de los sondeos entre la juventud, entre quienes solo el 60% se siguen declarando católicos, aunque únicamente el 15% crea el dogma, y el otro 45% concurra a los actos sociales únicamente.

Este proceso en marcha entre los españoles para reencontrarse libremente con la religión que más satisface sus interrogantes, provoca, generación tras generación, el descenso de la convicción católica y el aumento del resto de convicciones. Para frenar esta tendencia se desarrolla toda la resistencia posible de los catolicistas, con la ayuda de los obstáculos de los laicistas. Quieren por todos los medios que ese porcentaje, entre el 45% y el 50% de católicos culturales, no se les escape. Para ello despliegan todas las estrategias: desde la difamación de las otras religiones desde los mismos colegios, a impedir las clases de religión de otros credos y el acceso veraz de la población general a los otros corpus doctrinales, pasando por la oposición institucional y vecinal a las manifestaciones externas de otras religiones y su asentamiento con templos, cementerios, colegios y universidades.

Así, este envenenamiento ideológico integrista supone hoy que un 12% de los ciudadanos no quieren tener un vecino, ni conciben tener un amigo, que fuera musulmán, siendo favorables a la limitación de la inmigración desde países de mayoría musulmana y entendiendo que no se deben dar facilidades a los no-católicos para que practiquen su religión; el porcentaje asciende hasta el 42% de aquellas personas que manifiestan que nunca se casarían con un musulmán ni aceptarían un yerno musulmán, aumentando aún hasta el 57% quienes definen a los musulmanes como violentos y quienes jamás aceptarían una mezquita identificable en su propio barrio.

Desde la Santa Alianza europea del pasado contra las democracias, que llegaron a formar todo un ejército de intervención (en España penetraron los “cien mil hijos de san Luis”), pasando por la formación de los partidos democratacristianos pasados, que aglutinaron los integrismos europeos, hasta los presentes de hoy en día con sectores reaccionarios, dejan entrever todos este integrismo tan español y tan europeo. §

12/12/05

 

 

 

 

 

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