Un año escolar más vemos cómo se cumple la Constitución y las leyes... para algunos con peso electoral. Así continúan las excusas, pero ninguna razón para dejar fuera de la vida social a judíos y musulmanes.

Representantes de las diferentes administraciones autonómicas, y la estatal finalmente, para de nuevo no contratar profesores de religión islámica y judaica, arguyen que no hay presupuesto para ellos, sin caer en la cuenta que están manifestando que aun teniendo durante todos estos años los datos del alumnado demandante y del profesorado ofertado, por los diversos departamentos de planificación autonómicos y estatales, con absoluta premeditación, no se asignó cantidad presupuestaria alguna para judíos y muslimes, con plena connivencia con los departamentos de Personal que no tenían ni tienen de facto intención de firmar algún contrato a profesores de religiones no cristianas:

Los mismos representantes de las diferentes consejerías de Educación, y Ministerio, en sus manifestaciones están dando a entender que el presunto delito de ejercer y de ordenar que se ejerza discriminación por razón de religión, año tras año, lo es con total premeditación y la alevosa cautela necesaria para asegurar la impunidad.

De todos es sabido que cuando se quiere, siempre hay algún fondo o partida presupuestaria para paliar una necesidad sobrevenida; pero está claro que no se quiere si es para judíos y muslimes.

Cumplir la legislación vigente es fácil, basta con querer. Pero ocultar un flagrante (a los ojos de la opinión pública) delito de discriminación por causa de religión, de departamento en departamento de la Administración, también es fácil e impune.

Vergüenza habemos.

Mientras, los padres de confesiones cristianas pueden optar entre llevar a sus hijos a la catequesis en el templo y/o clases de religión confesional en el colegio y/o formación religiosa en la casa; sin embargo los judíos y los musulmanes se ven obligados solo a optar por la formación religiosa en casa y/o en el templo (hay muchas menos mezquitas y sinagogas).

La constatación de que sufrir injusticias asentadas es lo habitual, y a veces una tras otra, mina las esperanzas de un mundo mejor. §